jueves, 28 de diciembre de 2006

Sacrificio de sangre



-“¿Y cómo se carga?”
-“Con este combustible especial”-me dijo, y sacó una latita azul y amarilla del mostrador.
El encendedor era precioso. Desaparecía en mi mano con solo doblar los dedos. Era una sencilla y perfecta cajita plateada. Podría escuchar por horas el sonido metálico de su tapita al abrirse. Eso en definitiva no era un encendedor, era un talismán. Cosas así no deberían conseguirse en tiendas.
-“¿Entonces se decide por el Zippo?”-me dice la vendedora. Aún con una sonrisa lela me quedo medio aturdido un rato. –“No, no creo. Mi hermano no fuma”. Así que le devuelvo la preciosa cajita plateada a la morena del mostrador.
No hay nada que me reviente más que saberme con plata en el bolsillo y no poder gastarla en mí.
Lo veo venir. Voy a dar vueltas por más de una hora considerando un regalo que probablemente ni se merezca. Terminaré por comprarle algo que a mí me gusta y que por supuesto será incapaz de apreciar, el muy palurdo.
¿Por qué me martirizo cada año? ¿Por qué no puedo simplemente darle la primera corbata que encuentro? Si total, al final siempre es lo mismo: el amasijo de papeles y lazos en ese den abarrotado de titiritescos familiares. Los insoportables y gritones chiquillos que se pelean por el honor de destrozar los envoltorios para abrir el regalo de papi. Otra camisa, y al igual que el regalo anterior, esta también es un clon de la que lleva puesta. Al final, cuando le toca el turno a mi regalo, siempre es la misma mueca apagada. “Oye, esto está bueno...gracias”, dicho con el entusiasmo que uno expresa cuando le han informado su afortunada adquisición de un pasaje de avión de ida a Managua, Nicaragua.
Una marioneta más. La única forma de comportarse frente a la familia de mi cuñada es convertirse en un títere. Apagarme, despojarme de cada fibra de mi ser y abandonarme a la tertulia dominada por los lugares comunes. Y entre la suegra que alaba el dip de almejas comprado en el kiosko de la esquina, y el abuelo que asiente a cualquier burrada que le digas mientras no deja de buscar con el rabillo del ojo donde se dejó el trago, yo puedo sentir cómo mi hermano, ahora a mis espaldas, está pensando lo escandalosos y absurdos que son los zapatos que traigo.

Estuches de viaje. La gente que celebra su luna de miel en Disney merece tener un estuche de viaje...así que probablemente ya tenga uno.

Sábanas de algodón egipcio. El shock de buen gusto probablemente le causaría un salpullido mortal.

Equipos de sonido. Como si el mundo necesitara otro aparato más para propagar los sonsonetes anodinos que escucha junto a su mujer.

Tengo que aceptarlo. Si le regalo algo que se amolde a su gusto, me estaría traicionando en lo más profundo de mi ser. Y es que uno no debe claudicar, y a veces regalar una botella de grappa italiana en estas situaciones es cómo zarandearse la verga en una tarde de quesos y vinos frente a las Damas Guadalupanas. Es necesario hacerlo.
Ya está decidido, me largo de aquí a comprarle el set en DVD “El lado obtuso de Godard”.

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