jueves, 28 de diciembre de 2006

Peluches



En mi estudio, junto a mi mesa de trabajo, hay una foto de mi único viaje a Puerto Rico. Es un pequeño callejón que desemboca en el mar, aunque el mar no logra verse en la foto. Es un ángulo un tanto atípico, casi descuidado. A mano izquierda aparece el borde de un letrero en un desvencijado balcón:

FOR SALE
Blanca B. Gandia
Realty
725-2807

Frente a ese balcón, un edificio ruinoso. A primera vista, la fotografía levemente sobrexpuesta, apenas te deja percibir ciertas irregularidades en la superficie del edificio. Observando con más cuidado vemos que muchos elementos (rejas, puertas, ventanas, balcones) se han caído o han sido arrancados. Como a un rostro al que le han borrado violentamente todas sus facciones, solo quedan agujeros.
¿Pero esas extrañas pretuberancias? Peluches, desgastados y decolorados por el sol, se confunden con los heridos muros. Cuelgan como siniestros y a la vez tiernos cadaveres por incontables resquicios de la fachada: un sucio y enorme panda ahorcado; de un hierro retorcido cuelga un manojo de irreconocibles bultitos con rizadas pelucas; un conejo de enormes patas parece haber perdido sus orejas y cuelga peligrosamente de su frente.

-“¿Qué es eso?”-pregunté encantada y atónita a mis guías.

-“¡Ah! Eso. Es el edificio de los peluches”- fue la natural respuesta. No era un albergue, casa de crack o gallera improvisada (después me enteré de que había un bar), era el edificio de los peluches, lo demás era accesorio. Podía referirme de esa forma sobre el edificio y todo el mundo sabía de qué estaba hablando.
Me enteré de que llegó a tener muchos más peluches pero un huracán reciente había volado un buen número de ellos. Cuando lo visité a pie, descubrí extravagantes mensajes políticos escritos en sus muros.

Si en el erotismo se une la atracción perturbadora del deseo estético con la certeza de nuestra mortalidad; si la arquitectura cobra sentido en la medida en que se contamina de su contexto, esta ruina prematura, sin lugar a dudas, es un ejemplo maravillosamente erótico.

1 Comment

Jorge Albán said...

Guayaberadigital for everyone!

1. Aunque blogger siempre reduzca la foto, si la insertas mas grande al hacer clic sobre la imagen podremos verla a su tamaño original y tener la posibilidad de sentir la foto por cuenta propia (y dale una pizca de Sharpen>UnsharpMask para que se aprecie mejor el detalle)...

2. Tu guia añade a la imagen... y cuando mas lo hace es cuando hablas de lo que no se alcanza a ver, de las implicaciones de la arquitectura contaminada y blandamente erotizada. Jeff Koons, Oldenburg y la cultura urbana de lo grotesco todos juntos ya!

3. Me fascina el parrafo final. Es poesia... aunque yo guardaria "erotismo" para la palabra del cierre.

4. Reconociste en Puerto Rico algo que bien podria existir en Panama... si al fin no somos mas que lo que llevamos dentro!

7:52 PM


non #1










Con cada minuto que pasa se te hunde un poco más el alma

La historia más corta y más incierta

Apostar por todo lo que no conoces

Dar al traste con la comfortable noción de saber de antemano lo que va a suceder

Eso es lo único que te aparta de la anulación total

Una nuca, un rizo, un gesto de inseguridad

Suficiente para acabar con el balance perfecto de una suspensión animada

La incalculable impaciencia por hacer aquello que sabes que jamás va a ocurrir

El dulce regodeo en la ínfima memoria que se clava en tus muñecas y en tus sienes como un alambre de púas

Tu paladar educado en el martirio, como un placer erudito

¿Solo eso te mueve?

2 comentarios:

Jorge Albán dijo...

Miedo al miedo? Y quien no lo tiene?
Atrevete dijo el cobarde!

Yo por mi parte besaria la nunca,
morderia el rizo y taparia con la
punta de la lengua el grito de inseguridad.

A la suspension que se la lleve el viento.
Nadie nos quita lo bailao... ni la infima memoria!

Mariana dijo...

"La incalculable impaciencia por hacer aquello que sabes que jamás va a ocurrir"
Eso siempre pasa.



Sacrificio de sangre



-“¿Y cómo se carga?”
-“Con este combustible especial”-me dijo, y sacó una latita azul y amarilla del mostrador.
El encendedor era precioso. Desaparecía en mi mano con solo doblar los dedos. Era una sencilla y perfecta cajita plateada. Podría escuchar por horas el sonido metálico de su tapita al abrirse. Eso en definitiva no era un encendedor, era un talismán. Cosas así no deberían conseguirse en tiendas.
-“¿Entonces se decide por el Zippo?”-me dice la vendedora. Aún con una sonrisa lela me quedo medio aturdido un rato. –“No, no creo. Mi hermano no fuma”. Así que le devuelvo la preciosa cajita plateada a la morena del mostrador.
No hay nada que me reviente más que saberme con plata en el bolsillo y no poder gastarla en mí.
Lo veo venir. Voy a dar vueltas por más de una hora considerando un regalo que probablemente ni se merezca. Terminaré por comprarle algo que a mí me gusta y que por supuesto será incapaz de apreciar, el muy palurdo.
¿Por qué me martirizo cada año? ¿Por qué no puedo simplemente darle la primera corbata que encuentro? Si total, al final siempre es lo mismo: el amasijo de papeles y lazos en ese den abarrotado de titiritescos familiares. Los insoportables y gritones chiquillos que se pelean por el honor de destrozar los envoltorios para abrir el regalo de papi. Otra camisa, y al igual que el regalo anterior, esta también es un clon de la que lleva puesta. Al final, cuando le toca el turno a mi regalo, siempre es la misma mueca apagada. “Oye, esto está bueno...gracias”, dicho con el entusiasmo que uno expresa cuando le han informado su afortunada adquisición de un pasaje de avión de ida a Managua, Nicaragua.
Una marioneta más. La única forma de comportarse frente a la familia de mi cuñada es convertirse en un títere. Apagarme, despojarme de cada fibra de mi ser y abandonarme a la tertulia dominada por los lugares comunes. Y entre la suegra que alaba el dip de almejas comprado en el kiosko de la esquina, y el abuelo que asiente a cualquier burrada que le digas mientras no deja de buscar con el rabillo del ojo donde se dejó el trago, yo puedo sentir cómo mi hermano, ahora a mis espaldas, está pensando lo escandalosos y absurdos que son los zapatos que traigo.

Estuches de viaje. La gente que celebra su luna de miel en Disney merece tener un estuche de viaje...así que probablemente ya tenga uno.

Sábanas de algodón egipcio. El shock de buen gusto probablemente le causaría un salpullido mortal.

Equipos de sonido. Como si el mundo necesitara otro aparato más para propagar los sonsonetes anodinos que escucha junto a su mujer.

Tengo que aceptarlo. Si le regalo algo que se amolde a su gusto, me estaría traicionando en lo más profundo de mi ser. Y es que uno no debe claudicar, y a veces regalar una botella de grappa italiana en estas situaciones es cómo zarandearse la verga en una tarde de quesos y vinos frente a las Damas Guadalupanas. Es necesario hacerlo.
Ya está decidido, me largo de aquí a comprarle el set en DVD “El lado obtuso de Godard”.