lunes, 15 de enero de 2007

razones para asesinar










Maurizio Cattelan, Bidibidobidiboo, 1996




Miércoles 6 de marzo del 2002

El típico inicio de Mankell. Una muerte, un paraje solitario, pero esta vez son las soledades de Haití en vez de Malmö. Talk about exotic. Pero igual no es una buena idea leer en una bicicleta de spinning. Estoy a punto a irme de bruces, pero ni el peligro de partirme el tabique nasal me hace despegar la vista del libro, y lastimosamente no es gracias a los talentos litararios de Mankell.
¿Por qué tenía que sentarse la gorda fatal justo a mi lado? Hay docenas de bicicletas libres. Pero claro, ella no puede pedalear tranquila y en silencio, de hecho no sé si llamaría pedalear a esos sincopados espasmos que sufre sobre el diminuto asiento. Imagino que está convencida de que el caótico periplo de tropiezos que da en cada máquina del gimnasio le sirven de ejercicio. Pero no por eso deja de aburrirse como una ostra, de lo contrario no estaría mortificando a su pobre hija. Pegué un brinco en mi asiento cuando estando junto a mí la llamó. Dije llamar pero debí haber dicho graznar, porque eso es lo que salió de su garganta, un horroroso graznido: “Julie, Julie, hazme caso Julie” (por cierto todo el mundo en ese gimnasio se llama igual. ¿Será que ofrecen un descuento del que no me he enterado?). Luego se voltea hacía mí, que estoy totalmente arqueada sobre la bicicleta simulando leer la última peripecia de Wallander e intentando enterrar mi nariz en el libro.
-Es mi hija. Le hablo con esa voz cuando intenta ignorarme. Siempre funciona.-
“Demonios!” pensé, “es más astuta de lo que me había imaginado”. Luego se puso a hurgar en un enorme bolso. Entre ella y el equipaje debían estar poniendo a prueba la resitencia de la pobre bicileta de ejercicios.
-¿Dónde está mi peluchín? ¿Dónde está mi muñequito?- Empezó a gritar con su voz de urraca. –No puede ser! Se me quedó en la casa.- Luego se voltea hacia mí quien hasta ese momento solo había mugido un par de veces en señal de aprobación cuando me hablaba. –Es un osito de peluche que uso cuando la gente me ignora.-
La miré estupefacta tratando de demostrar un repentino interés pero fallando miserablemente.
-Por ejemplo, cuando Osvaldo -el amable entrenador del gimnasio- no me responde, me le paro a su lado y con mi osito le digo “Osvaldo, mi Hércules, Herculín, ¿Por qué no me hablas?”. Así siempre me hacen caso.-
Hasta el día de ayer la pensaba la mujer más patética del mundo. Qué equivocada he estado! Es una arpía! ¿Cómo se puede ser tan perversa y posar con semejante inocencia a la vez? Dios, y qué sutiles martirios a los que expone a su presa. Durante 45 minutos estuvo cuestionándome sobre cada línea de un panfleto New Age que le habían regalado en la frutería de abajo (malditos, no les volveré a comprar mangos peruanos en mi vida).

Y mira que habría que darle crédito a los editores del bendito panfleto, porque no se les puede acusar de falta de diversidad. Gracias al interrogatorio de mi torturadora de cabecera me enteré que pasaban con tranquilidad de un artículo sobre economía brasileña, ("¿Y por qué solo manejan reales los brasileños? Deben tener los bolsillos hechos leña!) a los típicos temas metafísicos, ("¿qué tipo de jabón piensas que lavará mejor el karma?"). Luego de compartir con toda la sala una larga cita que explicaba los peligros sociales del "yoísmo", entró de lleno en un artículo sobre lucha grecorromana que culminó en mis inútiles intentos de explicarle el significado de la palabra "metáfora". ¿Y qué remedio le queda a uno? Con gente así se contesta como se puede y se trata de no perder demasiadas neuronas en el intento. Así que terminas, a costa de tú propio espanto, hablándole del gol que le hizo Bergkamp al Newcastle en la semana.
Al menos el simil la dejó lo suficientemente pasmada como para permitirme regresar a la saga de Wallander, y en poco tiempo me zambullía reconfortantemente en el asesinato de un ex-ministro de justicia en Ystad.

¿Quién lo diría? Los gimnasios pueden ser lugares temibles.